Tis the witching hour of night,
Or bed is the moon and bright,
And the stars they glisten, glisten,
Seeming with bright eyes to listen
For what listen they?
John Keats (1795 - 1821)
La luna es el ángel de la noche. Cuando El Sol no nos mira más, cuando la noche empieza, La Luna siempre amorosa con sus rayos nos ilumina. Ella no nos deja ni nos olvida. Y yo sabiendo esto, por las noches salí a buscarla y la llamé pero no me respondió.
Una de muchas veces al salir a buscarla ella se tornó primero pálida. Luego roja cual avergonzada por algo que ella sabía estaba pronto a suceder. Y en poco tiempo se retiró. Entonces vino la obscuridad total. Solos las estrellas y yo nos mirábamos. Yo a ellas, ellas a mí y ellas entre sí.
Al cabo de un rato, cuando triste al creer que ella de todos nosotros se escondía, por fin escuché su voz.
Alguien dijo que cerrando los ojos, entonces se puede verdaderamente escuchar. Sucede que las cosas más profundas a veces sólo pueden ser escuchadas en la ausencia de luz. Siempre quise cerrar los ojos para poder escuchar, pero nunca encontré el momento preciso ni tuve el tiempo suficiente. Ni siquiera las noches me fueron propicias para cerrar los ojos y simplemente escuchar.
Ahora entiendo que La Luna otras veces me habló, mas su luz me distrajo, tal vez su belleza me ensordeció. Ella sapiente de esto decidió apagarse, desvanecerse momentáneamente, para así, con su humilde sacrificio, permitir que la oyera.
Durante esa obscuridad total al fin pude oír. Oí a todo su séquito de tímidas estrellas titilar. Oí también como se formaron una a una. Cada una en su sitio, cada una marcando el punto que en el firmamento le correspondía. Cada una dibujando el trazo de constelación que se le había asignado. Y luego todas a una callaron, y yo no solo callé sino que impresionado ante el concierto celestial contuve la respiración. Y entonces las estrellas y yo escuchamos lo que La Luna empezó a decir.
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